20 de septiembre de 2011

Los buenos amigos son los que están ahí pase lo que pase. Los que te escuchan, te apoyan y te piden perdón y a su vez, te perdonan una y otra vez. Un amigo de verdad es capaz de mover una montaña si se lo pides, de dejarlo todo y ayudarte cuando estás triste y conseguir que en tu rostro se dibuje una sonrisa. Hacen que cualquier cosa negativa se convierta en positiva, que veas las cosas de otra manera, que lo que te parece un abismo se convierta en vacío.
A veces, crees que un amigo ha sido sincero y de pronto, descubres que no es así. Que todo lo que pensabas que existía, en realidad no tiene ningún sentido. Te da de pronto la espalda, no te escucha, no te entiende, no te apoya. Deja de ser un amigo de verdad. En ese preciso instante, cuando de pronto se despide de ti, te das cuenta de la realidad y de lo equivocada que estabas. La relación de amistad termina y tú te quedas mirando por la ventana e intentando saber la razón, buscar una explicación y quizás, una forma de arreglar las cosas. Sin embargo, no sirve de nada. No hay solución. Tu amigo se ha ido, tienes que aceptar que en realidad, no has perdido nada, pues jamás fue ese amigo de verdad que tú pensabas.
Porque un amigo no te hace elegir, no te pone entre la espada y la pared, no te obliga a nada, no te echa cosas en cara. Todo lo contrario, te respeta y te apoya y jamás, bajo ningún concepto, cuestiona las decisiones que tomaste y no te hace sentir culpable. Un amigo de verdad jamás te hace elegir entre él y otra persona.
Y de pronto, una mañana gris, una amistad se acaba. Las razones normalmente son estúpidas, carecen se significado. Sabes perfectamente que cuando el tiempo pase, todo lo sucedido será insignificante, que no recordarás las razones o mejor dicho, nadie las entenderá. Porque las pequeñas cosas son las que destruyen las amistades, pero solo cuando en realidad, no era un amigo de verdad. Lo ha demostrado y aun así, en esa mañana gris, cuando todo está tan reciente, piensas en si aún las cosas se pueden arreglar. No. Olvídate de tu costumbre de intentar arreglar el mundo. El mundo no tiene solución. Es como es y jamás podrás cambiarlo.
¿Y cómo sentirte mejor? Apoyándote en el otro amigo, en el amigo de verdad. Aquel que te respeta, que te apoya, que te hace reír y que no te cuestiona. Aquel que jamás te hizo elegir. Aquel que para ojos de otros es un maldito diablo, pero tú sabes la realidad. Sabes cómo es, sabes lo equivocados que están. Pero, ¿qué más da? Que piensen lo que quieran, que el resto del mundo grite que te equivocas. No te importa lo más mínimo su ridícula opinión.
Se acabó. Punto y final. Cuando la amistad muere, te das cuenta de que jamás fue amistad. Duele, claro que duele, pero solo tienes que aceptar la realidad. Te equivocaste, los hechos hablan por sí solos. Y solo te queda una cosa por hacer, apoyarte en tu amigo de verdad.